En junio 1940, mi padre, como prisionero polaco, arribó en el primer tren que llegó a Auschwitz. Le fue tatuado el número 245. Se le asignó trabajar como fotógrafo en la oficina de identificación. En octubre 1944 fue trasladado a otro campo y del cual fue liberado por los Aliados en abril 1945.
Sobrevivió. Y siempre he sentido orgullo ante evidencias de cómo con coraje, astucia y gran sentido de humanidad, logró ayudar a muchos, en lo que se podía.
Por supuesto, igualmente siento profundo respeto y admiración por quienes arriesgándose de muchas otras maneras, protestaron los inmundos crímenes contra la humanidad que se cometían... y fallecieron.
Y guardando las inmensas distancias con Auschwitz: el sobrevivir de la manera más decente posible, o arriesgar las consecuencia de protestar, son aspectos relevantes en nuestra Venezuela, hecha un campo de concentración económica, a cuenta de entregarle al Estado el poder de nuestras inmensas resultas petroleras.
Ese campo donde la mayoría de los venezolanos adoptan una actitud tipo La Vida es Bella, haciéndose la vista gorda ante lo más feo, buscando sobrevivir de la manera más decente posible.
Ese campo donde demasiados indecentes buscan aprovecharse afiliándose y negociando con quienes mandan en el campo.
Ese campo donde idealistas, como jóvenes estudiantes, arriesgan sus vidas protestando.
Y en lugar de seguir buscando al Führer que mejor pueda comandar el campo, uno que nos garantice papel higiénico, les ruego que rompamos las cercas y salgamos a la libertad... repartiéndonos las resultas petroleras entre todos por igual.
Sentí necesidad de describir mi país de esta manera, al leer escritos que discuten el "colaboracionismo" de Gustavo Dudamel.
Por supuesto que yo, quien me opongo fuertemente al desgobierno actual, daría la bienvenida a unas contundentes declaraciones por parte de Dudamel en contra del régimen y a favor de los estudiantes. Y si llegase a convencerme de que Dudamel no lo hace simplemente por buscar beneficios personales... me colocaría en la cola de los que desean escupirle los pies.
Pero... ¿quién soy yo para decirle a Dudamel que ceda su puesto y de hecho así abandone a sus jóvenes co-prisioneros músicos? Y, si le exijo eso a Dudamel... ¿debo también exigirle a todos los padres que retiren a sus hijos de El Sistema?
Reflexionemos. La línea divisoria en el debate Dudamel no se traza entre pobres y ricos, blancos y negros... sino entre personas que comparten algo tan similar y específico como la genialidad musical. Si Gustavo Dudamel y Gabriela Montero no pueden ponerse de acuerdo... ¿qué posibilidades tiene Venezuela de ponerse de acuerdo?
Y también digo esto molesto con Ricardo Hausmann, afamado economista, ex profesor del IESA, ex ministro de planificación, a quien conozco, y que lanzo una primera piedra diciendo "Gustavo Dudamel es un gigante musical pero un pigmeo moral".
Pues en mi opinión, un economista que acepta la posibilidad que un país con una concentración de poder en el gobierno como la de Venezuela pueda funcionar bien, para el ciudadano, y que eso solo dependa de quienes la dirigen, ni es un gigante profesional, ni es un gigante moral.
Por supuesto que necesitamos rescatar urgentemente la sanción social y castigar severamente a quienes cometieron abusos y crímenes dentro de nuestro campo de concentración. No obstante mucho más importante, es derribar las cercas y librarnos de la sanción que la chequera petrolera le impone a la sociedad.