marzo 25, 2004

Deuda odiosa

EN UNO DE MIS RECIENTES artículos, sobre la necesidad de proteger el ambiente, concluía recordando aquel viejo proverbio según el cual no hemos heredado el mundo de nuestros padres, sino que lo hemos tomado prestado de nuestros hijos. En esa oportunidad, como siempre, pensé en Venezuela y supe que, como prestatarios de nuestros hijos, hemos sido una verdadera porquería, ya que no sólo le hemos extraído petróleo a nuestra patria, sin que le haya servido de mucho, pero peor aún, se la devolveremos hipotecada.
Hay países que pueden necesitar de recursos externos para despegar, pero nosotros ya deberíamos saber que nuestras deudas públicas externas, las del ayer, las del hoy y las del mañana, sólo sirven para anclarnos aún más al fondo. La deuda pública externa es un gigantesco obstáculo, que impide o por lo menos encarece mucho el acceso de los ciudadanos a los créditos con los cuales sí pueden hacer crecer al país y el Estado satisfacer las necesidades sociales, vía impuestos.
Para salvarnos no hay otra que aprender a resistir los eternos cantos de sirena según los cuales "las deudas externas contraídas por los gobiernos anteriores son malditas y no sirvieron para nada pero, tranquilos, con nosotros, todo será distinto". ¿Cómo nos amarramos al mástil?
Hay quienes en desesperación similar sostienen la tesis de que por cuanto nuestros acreedores han sido cómplices de los gobiernos, no le debemos pagar las deudas. Yo acepto la tesis de complicidad, por lo menos la de los intermediarios, pero considero necesario aplicarles un castigo mucho más severo, el de cancelar íntegramente la deuda para luego nunca más tomar créditos.
¿Cómo hacen los ciudadanos que tienen y quieren dedicarse a sus quehaceres diarios y no pueden estar continuamente vigilando a sus gobernantes? Igual que en cualquier empresa, no autorizando la gerencia a endeudarse. En tal sentido, actualmente se discute en el mundo una tesis según la cual si la deuda fuere contraída por un gobierno no legítimo, o para unos fines claramente no beneficiosos para el país, podría ser declarada como odiosa y así, legalmente, no ser exigible.
Amigos, para cumplir con nuestros hijos, nietos y bisnietos y devolverles en buen estado al país que tomamos prestado, quizás deberíamos aprovechar tal posibilidad y declarar nuestra deuda pública externa como eternamente odiosa. Ante tal amenaza: ¿Se atreverán a prestarnos los acreedores? ¿Qué dirán las calificadoras de crédito?

marzo 11, 2004

La claridad del Ni-Ni

Recientemente leí un artículo, que en tono burlón se refería a los "Ni-Ni" como incapaces de percibir ningún tufillo que perturbe la aparente impolutez de su vida equilátera... algo así como si fuesen unoshermafroditas políticos. Les aseguro que un Ni-Ni activo, ese que busca evitar a como dé lugar una guerra fratricida en nuestro país, tiene bastante más hormonas que quienes ciegamente acuden al amparo grupal, buscando refugio para la noche. Los "Ni-Ni" también tienen más sesos, ya que entienden que al día siguiente es necesario encontrar un país viable, ya que no es suficiente sobrevivir, también hay que poder vivir... y convivir.
En estos momentos la prédica del "Ni-Ni" se centra en recordar que la legitimidad de un gobierno significa más que su legalidad. ¿Acaso podría el gobierno actual llamarse legítimo si finalmente llegasen a confirmarse 2.456.788 firmas, una menos que la necesaria, y creer que con eso podría gobernar bien, para todos, hasta el final del período? ¿Acaso la oposición cree que si llega a validar 2.456.789 firmas, y luego gana un referéndum, podría, así de fácil, pasar a gobernar legítimamente al país?
El CNE ya ha reconocido que hay 1.832.493 firmas válidas, que piden referéndum; 876.017 firmas reparables, no demasiado dañadas y 233.573 firmas bastante dañadas, pero donde debe haber una que otra reparable. Si a éstas le sumamos las voluntades abortadas, como las del exterior, es evidente que el gobierno, a partir del solo anuncio del CNE ya está perdiendo, día a día, la legitimidad mínima necesaria para gobernar al país actual. No obstante, no hay que estar Ni con el gobierno Ni con la oposición para saber, a ciencia cierta, que el país necesita resolver esto por una vía distinta a la de la eliminación de uno de los dos grupos.
Me están llegando artículos que especulan sobre la posibilidad de que a corto plazo se paralice la corriente del golfo, que calienta a Europa y a Estados Unidos... lo que causaría un verdadero desastre ecológico de consecuencias horripilantes. Los comentarios ofrecen muy pocas recetas sobre cómo prepararse para tal evento, excepto que todas predican la absoluta necesidad de una mínima cohesión social, que permita defender los territorios ante las desesperadas hordas de refugiados. No debería ser necesario recurrir a semejante ángulo catastrófico para explicar la necesidad de un país unido, pero... por si acaso... amigos ¡Ni Miami! ¡Ni La Habana! ¡Caracas, Venezuela!.