Hipotecas: El lado oscuro del saber
Todos elogiamos la economía del saber, pero no debemos olvidar que el desconocimiento tiene también un valor para la sociedad, o por lo menos permite que a veces sea más fácil de manejar. Permítanme ilustrar lo anterior haciendo referencia al sector de la salud y al de los créditos.
Si todos compartimos el mismo plan de seguro de salud, entonces todos participamos de manera solidaria en la buena o en la mala salud de los demás. Pero si se les permite a las aseguradoras discriminarnos, poco a poco quedaremos segmentados en muchos grupos de acuerdo con las proyecciones de nuestra salud que sean determinadas por lo que podría llegar a ser unas agencias calificadoras de salud individual.
Cuando el sector salud se limita a segmentar entre, por ejemplo, fumadores y no fumadores, las implicaciones no son muy serias por cuanto el fumar es una decisión voluntaria (supuestamente), por lo que el efecto disuasivo de tener que pagar unas primas mayores por fumar no es tan malo. Por supuesto, el voluntarismo puede exagerarse y de hecho ya hay compañías de seguro que ofrecen grandes descuentos de acuerdo al número de horas que se ejercite en un gimnasio.
Pero si a las aseguradoras se les permitiese usar toda la información disponible, como la que se obtendrá a la vuelta de la esquina con el mapeo genético, entonces podemos encontrarnos ante la peligrosa realidad de que algunos ciudadanos pagarían tasas de seguro de salud muy bajas, otros unas bastante mayores y algunos ni siquiera tendrían acceso a seguro alguno. En tal caso, ¿qué respuesta debe dar la sociedad para contrarrestar la desesperación de los últimos?
Algo similar ocurre con los créditos, como los de las hipotecas. Solía ser que el comprador de una vivienda, de acuerdo con su ingreso, calificaba para un mayor o un menor monto de crédito, pero las tasas a ser pagadas sobre tal préstamo no diferenciaba mucho entre un “buen riesgo” y un “no tan buen riesgo”. Ya no más. La actual economía del saber, de la información, clasifica ahora al mercado en muchas distintas categorías de riesgos y aún cuando esto se nos ha vendido como algo que crea mayores oportunidades para los compradores pobres, no necesariamente es así.
Mil dólares pagados cada mes durante 15 años, al ser descontados al 11 por ciento anual, por cuanto el prestatario se considera riesgoso, tienen un valor de 88.000 dólares hoy. Exactamente los mismos pagos, pero descontados a sólo el 6 por ciento, por cuanto el prestatario califica de poco riesgo, valen hoy 118.500 dólares… ¡Un 35 por ciento más! He aquí el problema actual de nuestros prestamistas que clasifican como “subprime”… no sólo tienen menos dinero, sino que además el poco que tienen vale menos.
Añadámosle a esto la posibilidad de que las calificaciones de crédito tampoco reflejen correctamente la capacidad y voluntad de repago de los prestamistas y podemos observar como estaríamos entonces introduciendo en nuestra sociedad unos riesgos estructurales insostenibles.
¿Pero qué hacemos ante la situación de que un mayor saber en algunos casos opera como un impuesto regresivo? ¿Estaríamos mejor regresando al oscurantismo? ¡Por supuesto que no!
Pero de lo que si necesitamos es de esa humildad para reconocer que todo el saber necesita venir acompañada por una buena dosis de sabiduría… de ésa que no se puede comprar tan fácilmente en un banco de datos o simplemente contratando a un experto con un PhD.