EN UN ARTICULO, que escribí en 1998, me refería al rito de protesta de los Maoríes de Nueva Zelanda, llamado Whakapohane, que simplemente consiste en mostrarle el trasero desnudo a la persona objeto de la pro testa.
No obstante lo primitivo de tal tradición, intuitivamente parece ser un método civilizado y eficiente de protesta. Civilizado, por cuanto no le hace daño a nadie (excepto a aquellos que puedan tener un sentido estético demasiado desarrollado y delicado) y eficiente, porque logra concentrar en un solo gesto una verdadera sanción social.
Decía entonces que ante la frustración por las tantas estupideces, que afectaban a nuestro país, provocaba conformar un grupo de ciudadanos, padres de familia, profesionales, trajeados en flux y corbata, para que saliéramos a whakapohanear a los sinvergüenzas.
Entre los posibles merecedores de una whakaponeada, me recuerdo haber propuesto a los puritanos que se dedicaban a apretar las tuercas de la solvencia financiera de la banca, buscando evitar una crisis, sin importarles para nada las demás funciones de la banca, como la de fomentar el crecimiento económico y distribuir las oportunidades.
Igualmente sugerí que quienes aplaudieron la forma como se privatizó la Cantv, sin darse cuenta que era un truco para cobrar unos impuestos por adelantado, que serían cancelados por bolsillos privados con el pago de tarifas telefónicas exageradas, también se merecían una buena whakapohaneada... por brutos.
Por supuesto opinaba que todo el sistema político económico, sustentado en la centralización de ingresos y en la descentralización de parcelitas de intereses; debería recibir la Madre de todas las whakapohaneadas...
Al mes de mí artículo (no insinúo relación) aparecieron unos jóvenes desnudos y pintados en azul protestando en la Plaza Venezuela y me dije. ¡Ajá, he aquí unos guacapojaneadores criollos!
Hoy pueden haber nuevos motivados. Por ejemplo, quienes participaron en la constituyente, albergando la esperanza de que la nueva Constitución fuese como una ducha que regase de participación comunitaria al país, seguramente deberán tener unas tremendas ganas de whakapojanear al observar cómo la instituyente, volteándola, la está convirtiendo en un embudo.
En vísperas de un año nuevo, puede haber quienes teman que una futura Ley Taparrabo les coarte una vía de expresión. Esperemos que no ocurra, ya que tal ley sí que sería un espectáculo bien feo. ¡Feliz año!