“A partir de esta fecha la República Bolivariana de Venezuela se compromete a no incrementar el nivel actual de deuda pública, así como a no contratar créditos públicos cuyos vencimientos sean inferiores a diez años. Para el caso de incumplir con lo anterior, todos los préstamos públicos vigentes serán considerados de plazo vencido y pagaderos de inmediato. Para asegurar que cualquier gobierno futuro no evada con subterfugios el espíritu de esta Ley, la Nación acepta someterse al arbitraje internacional”
...Esta sola cláusula, típica de las aplicadas al sector privado para controlar el endeudamiento de una empresa, permitiría cual por arte de magia que…
Las tasas de interés aplicadas al país bajaren de inmediato y dramáticamente, cuando los mercados internacionales sepan que el país, con su deuda relativamente modesta, está decidido a acabar con la arruga de los vencimientos a corto plazo, cuya necesidad de refinanciamiento ha sido la eterna razón para poder exprimir las altas tasas, garantizándose además que el consecuente alivio en el servicio de la deuda no sea usado sólo como un pretexto para aumentarla.
La tasa financiera de riesgo país se esfume, cuando las calificadoras de créditos deban clasificar a los pocos días a la deuda pública venezolana como de grado inversión.
La economía quede liberada para todas las iniciativas privadas de individuos, familias, empresas y cooperativas, ya que todos podrían acceder de nuevo créditos en condiciones razonables, lo que hasta la fecha ha estado bloqueado por la voracidad de nuestros gobernantes por ingresos fiscales, así sea incrementando la deuda.
Amigos, estoy seguro de que la cláusula que propongo ayudaría a lanzar a nuestro país por la senda de un desarrollo económico sostenible, pero…¡Caramba! ¡Cómo cuesta convencer a todos nuestros gobernantes, del pasado y del presente, quienes, con su cara tan lavada, condenan las deudas viejas simultáneamente que pregonan las virtudes de nuevos créditos.
Tan fácil que suena, pero... ¿se podrá hacer? ¡Claro que sí! Lo difícil será librarnos de los traficantes de créditos, así como lograr que nuestros eternos cambia-paradigmas terminen por cambiar, así sea siquiera un solito paradigma.
Puede que aleguen, con razón, que el país estaría cediendo parte de su autonomía, no obstante bien valdría la pena si así logramos decretar la abolición de la esclavitud del crédito público, como antes abolimos la esclavitud laboral.
Publicado en El Universal, Caracas, 3 de Julio de 2003