Agosto 2012 escribí en El Universal: “Si suponemos 600.000 venezolanos con hambre durante diez años, eso representa, 2.190 millones de noches de hambre venezolanas… Si sólo la gasolina regalada hubiese sido vendida a su precio internacional, eso hubiese alcanzado para más de 2.190 millones de suculentas y abundantes cenas”
Y recientemente cayo en mis manos una excelente traducción al inglés de una fascinante novela publicada en Noruega titulada “Hambre”, escrita por Knut Hamsun, Premio Nobel de literatura 1920.
El libro versa sobre un articulista poco exitoso que sufre de prolongados periodos de hambre intenso y durante los cuales, entre consciencia e inconsciencia, navega entre extremos sentimientos y emociones.
En un momento es capaz de hacer cualquier cosa por comer, y en el otro prefiere morir de hambre antes de hacer algo indigno. En un momento no logra observar nada de lo que pasa a su alrededor, y en el otro los más mínimos detalles lo abruman con una absoluta nitidez. En un momento está llenos de la más profunda desesperación y depresión, para al rato dejarse embargar por un desbordado e insensato optimismo eufórico.
Cito: “El individuo pobre mira a su alrededor cada paso que da, escucha con desconfianza cada palabra que oye de las personas que encuentra; por lo tanto, cada paso que da presenta un problema, una tarea, para sus pensamientos y sentimientos. Él está alerta y sensible, tiene experiencia, su alma se ha quemado...”
Al terminar el libro se me lleno la cabeza de preguntas relevantes a lo que observo pasar en nuestro país… ante nada: ¿Qué significa el hambre para la democracia?
¿El qué sufre hambre, del verdadero, será capaz de ejercer una actividad política relevante? ¿Quién que para darle de comer a sus hijos no encuentra otra alternativa que pasarse el día entero en cola bachaqueando, podría interesarse en un acto político no pagado?
¿En democracia, cómo usan políticos inescrupulosos el hambre de los votantes? ¿Buscando votos, le ofrecen a los hambrientos una comida abundante antes del acto de votación – corriendo el riesgo que los fortalecidos no voten por quienes puedan atribuirle una responsabilidad por el hambre que han pasado.. o que no voten por quienes hieren su orgullo propio buscando comprarle sus votos? ¿O le ofrecen a los hambrientos votantes abundante comida una vez hayan votado satisfactoriamente – corriendo el riesgo que débiles y confusos, o rabiosos, voten por alguien distinto?
¿Debería el CNE instalar unos equipos que certifique la suficiente alimentación del votante? ¿Y que pasaría si estos equipos pueden ser programados para excluir a quienes presentan otros síntomas? ¿No debería los votos de los hambrientos valer más, a cuenta de que a ellos les debe ser más necesario un gobierno que sirva?
Conversando con una de mis hijas sobre el tema, ella sugirió que todos los aspirantes a cargos públicos deberían evidenciar haber experimentado un periodo prolongado de hambre, para de verdad llegar a entender el alcance real de su compromiso. ¿Y quién le quita la razón?
En fin, malditos son quienes adrede, o por vulgar impericia, cultivan y cosechan el hambre del pueblo, con el fin de satisfacer sus propios apetitos.