¿Recuerdan el día de parada? Ese método de aliviar el tráfico, que prohibía la circulación del vehículo durante un día de la semana de acuerdo al número de la placa. Pues nunca me gustó, por cuanto si resulta exitoso, pero el tráfico sigue creciendo, la lógica nos conduce a una calle ciega donde el siguiente paso, cual quinta hojilla de afeitadora, es la de dos días de parada… hasta los siete… donde se tranca todo.
Hay algo de lo anterior en la teoría de que con la globalización se logrará optimizar la economía mundial de bienes, al asegurar que la producción siempre se efectúe a los menores costos marginales. Pero, ¿De qué nos sirve que el costo en un producto atribuible a la mano de obra sea compensado cada día menos, si esos mismos trabajadores no tienen capacidad de comprar el bien que producen? Al final del túnel se observa un mundo de asalariados desesperados, dispuestos a trabajar por lo que sea, pero que jamás tendrán con qué adquirir una razonable porción del fruto de su trabajo… y eso también suena a juego trancado.
El problema no existiría si hubiesen más empleos que trabajadores, pero lamentablemente no es así, como lo atestiguan los millones de profesionales que compiten por puestos como taxistas en las capitales del mundo. Ni siquiera los Estados Unidos han logrado salir ilesos del coletazo de la globalización. Efectivamente, vemos como por primera vez, el crecimiento económico que allí se ha registrado durante los últimos meses ha estado acompañado por un aumento en el desempleo. También encontramos que durante los últimos tres años los Estados Unidos han “exportado” 2.5 millones de empleos a países con salarios bajos, como China.
No sé cuál será la solución, ¿cómo logramos tener ganancias, aumentar empleos, incrementar sueldos, acabar con la miseria y que todos seamos felices? En ocasiones hasta he jugado con la idea de una macro reforma fiscal global destinada a generar empleos. Sus principios se resumirían en que quien más servicios requiera, más empleo genera y menos impuestos paga. Así, la pizza congelada comida en casa, pagaría un IVA doble; la pizza pedida por teléfono, un IVA sencillo, mientras que la pizza ingerida en un restaurante, estaría no sólo libre de IVA, sino además representaría un gasto deducible del impuesto para cualquier ciudadano.
Amigos, démonos trabajo el uno al otro…así sea rascándonos la espalda… pero eso sí, bien pagado.