Hacia unos laboratorios mundiales
Pocas cosas inspiran tanto a cuestionar la globalización, con el corazón, como ver a un padre frente a una farmacia sin poder adquirir la medicina, que necesita su hijo enfermo, porque aún cuando el costo directo de ésta sea de sólo de 2.000, su precio, a cuenta de las patentes, es de 20.000. No obstante, con el cerebro, todos reconocemos que sin las patentes, que les garantizan a los laboratorios un monopolio temporal con el cual recuperar los costos de desarrollo, seguro que habría mucha menos inversión en el campo de las investigaciones medicinales. Como siempre, el reto para la humanidad, está en lograr agudizar el cerebro, poniéndole mucho corazón.
Cuando oímos a la industria discográfica defender sus derechos de propiedad ante la piratería, a veces sentimos que buscan darnos mala conciencia, haciéndonos pensar en ese pobre músico, que no logra cosechar el fruto de su talento y esfuerzo… haciéndose los locos ante el hecho de que de su margen de 18.000, el músico recibe la menor parte.
En tal sentido y buscando cómo encontrarle una solución al dilema de las medicinas, quizás deberíamos comenzar por analizar los componentes del margen, muy especialmente el de los impuestos, por cuanto parecería evidente que ese pobre papá, aún cargando con su cuota parte del gasto de desarrollo, no tendría porque tener que pagar ni un solo bolívar al fisco de otro país extraño, quien quizás lo use para proveerle medicina gratis al hijo de un padre más afortunado.
Hoy, cuando el mundo desarrollado nos ha logrado convencer sobre el valor global del respeto a las patentes, puede que sea hora de analizar si el concepto de la globalidad no debería ser aún más amplio, clasificando todo desarrollo de medicinas como un bien público mundial. En consecuencia, de la misma manera que la selva Amazónica no le cobra al mundo por purificarle su oxígeno, ningún país debería cobrarle impuestos a los laboratorios, ni a quienes trabajen en ellos.
Lo anterior sugiere situar a los Laboratorios en una especie de jurisdicción mundial, lo que también podría facilitar la solución a problemas tales como cuando se necesita vender medicinas a precios diferenciales a quienes sencillamente no tienen con qué, así como para asegurar la investigación de enfermedades, que jamás generarán una capacidad de amortizar el desarrollo, como ciertas variantes del SIDA en el África.