Ya cumplimos con nuestra parte en la apertura comercial y así lo atestiguan nuestras zonas industriales, que con sus galpones abandonados son cementerios tanto de los sueños de una Venezuela industrial como del principal semillero de una clase media fuerte y profesionalmente diversificada.
Supuestamente íbamos a recibir contraprestaciones y por eso nosotros, junto con los demás países en vías de desarrollo, nos aprestamos acudir a las reuniones en Cancún este año, a exigirle a los países desarrollados que también cumplan con lo suyo, muy especialmente con respecto a la apertura de su sector agrícola. El ánimo, que hoy nos alberga, es la rabia de quien se siente engañado. Pero…
¿Quién nos dice que estaremos mejor por el solo hecho de que el agricultor europeo y el naranjero de la Florida también caigan en la trampa, también pierdan sus fuentes de empleo y también tengan que abandonar los campos sólo para alimentar el crecimiento cancerígeno de las ciudades con su desempleo…? Yo no lo creo.
Más bien creo que debemos aprender de esos agricultores… como ellos defienden lo suyo, como no se dejan engañar por promesas vacías y como logran conservar viva una actividad económicamente tan improductiva, pero al mismo tan socialmente necesaria. Yo me resisto a aceptar que nuestro futuro dependa de lograr convertir sus campos en estacionamientos… en una especie de suicida vendetta global.
Más bien creo que a Cancún debemos acudir con nuevas propuestas diseñadas para vencer el impasse agrícola y que además, en materia de empleo, representen un mayor potencial que una simple suma-cero.
En tal sentido, sugiero que renunciemos a nuestras actuales aspiraciones agrícolas y liberemos al mundo desarrollado de sus compromisos “incumplibles”, a cambio de nuevas alternativas, como podrían ser las siguientes:
1. Que el 50% de las nuevas necesidades de servicio para las personas de tercera edad de los países en desarrollo, deban obligatoriamente ser provistas por y en países en vías de desarrollo.
2. Que por lo menos se quintupliquen las posibilidades para que los países en vías de desarrollo puedan explotar la principal actividad económica actualmente a su disposición, la de mandar a sus trabajadores a los países desarrollados, a cambio del cheque diáspora. Por supuesto, de la misma manera que a los capitales se les ofrecen ciertos incentivos fiscales… esta mano de obra debería estar exonerada.
Claro que persisten ciertas exageraciones agrícolas, que deben ser revisadas. Por ejemplo, la manía de los Estados Unidos en aplicar impuestos específicos al concentrado de naranja, que sólo resulta en que importan lo mejor dejándonos al resto expuestos al “dumping de calidad”. En dos platos, eso de tener que competir con la caca, debe eliminarse. Asimismo, esa costumbre tan europea de pagar subsidios de 2.50 dólares por vaca por día, con fondos obtenidos de cobrar 1 dólar en un impuesto discriminatorio a cada litro de gasolina nuestro… es como demasiado.