Hoy cuando cumplo 75 años, y pronto 48 años de casado, aparte de darle gracias a Dios por las bendiciones que le ha dado a mí y mi familia, tengo dos metas o ruegos de vida que me consumen la mayoría de mis horas despiertas… y muchas de las dormidas también.
Una es que mi país Venezuela se libre de ese yugo que significa que sus resultas petroleras han de ser redistribuidas y utilizadas por interesados sabelotodo; y otra que mi mundo occidental cristiano, se libre de ese yugo de las regulaciones bancarias de Basilea que, favoreciendo a las deudas pública sobre los préstamos al sector privado, implica que demasiado crédito ha de ser redistribuido y utilizado por interesados burócratas sabelotodo.
Con respeto a mi batalla con el Comité de Basilea solo necesito referenciarles lo que desde hace tres décadas llevo escribiendo. Perdonen que esté en inglés.
Ahora bien, ante ese látigo que surgió cuando Simón Bolívar acepto las Ordenanzas Mineras, necesitamos que encontrar la zanahoria que apetezca.
Además, para que millones venezolanos regresen a su patria, voluntariamente, pagando sus propios regresos, el futuro de Venezuela debe negociarse en función del cómo compartir la única zanahoria que hoy puede llegar a ser suficiente.
¡La zanahoria!
Para Venezuela poder pagar a sus acreedores, se necesita extraer más petróleo.
Para invertir en infraestructura, agua y electricidad, el gobierno venezolano necesita extraer más petróleo.
Para que todos venezolanos coman tres veces al día, se necesita extraer más petróleo.
Julio de 2019 opine: “Hoy los venezolanos necesitamos algo muy sólido de qué agarrarnos para con ímpetu creer en el futuro de nuestra Venezuela.”
¿Iluso? Puede ser, pero, como supuestamente dice un proverbio chino: “Apunta a las estrellas y aun cuando las falles llegaras más alto que apuntando a algo a tu seguro alcance.”