¿Qué político no habla de lograr crear empleos dignos y bien remunerados para los jóvenes? Pero, si eso no fuese posible... ¿qué rayos hacemos?
Por supuesto que la sociedad debe reventarse el alma buscando solucionar el problema del desempleo juvenil... incluyendo quizás hasta contemplar locuras como el desarrollar la cultura del ocio a niveles jamás pensados, ¡seis meses de vacaciones! Pero también debería prepararse para manejar un número creciente de desempleados, no los coyunturales sino los estructurales, o sea, a quienes nunca jamás en su vida tendrán una oportunidad de obtener un trabajo económicamente productivo.
Hace dos décadas, medio en broma, pregunte en un artículo algo así como si era preferible tener cien mil desempleados corriendo cada quien por su lado como gallinas cluecas, o lograr sentarlos en un inmenso círculo humano donde cada quien le rasca la espalda a su vecino, cobrando mucho por sus servicios, mientras que su propia espalda le es rascada por su otro vecino, a un precio por servicio igual de alto. La tragedia es que tal pregunta se me está haciendo cada día menos hipotética.
Y no necesariamente resulta un acto de desesperación pensar qué hacer con los desempleados... por cuanto a veces, al buscar desenredar una cabuya enmarañada, el comenzar con la otra punta, puede ser la mejor manera de liberar la primera. ¿Qué es mejor: educar para unas fuentes de empleo que puedan resultar inexistentes y así sólo crear frustraciones, o educar para el desempleo y de repente conseguirse en el camino, la sorpresa agradable de unos empleos?
El poder de una nación, la productividad de su economía, la que hasta la fecha ante nada la hacíamos dependiente de la calidad de sus empleados, puede en un futuro igualmente depender de la calidad de sus desempleados, como mínimo en el sentido que estos no interrumpan las labores.
El hecho que los gentleman de una clase ociosa a la cual se refería Thorstein Veblen no trabajasen, reflejaba en esencia el que estuviesen libres de necesidades económicas. Pero de ello no se puede concluir que la economía y la paz social del momento, igualmente no necesitasen de no tener tales caballeros compitiendo por los pocos puestos de trabajo que existían, como consecuencia de una revolución industrial.
Los gentleman eran estimulados para estudiar filosofía y arte por el estatus social que ganaban al conocer de tales materias. En tal sentido, uno de los retos más importantes que en la actualidad tenemos como sociedad es: ¿cómo crearles a los desempleados un estatus social que los incentive a ser sólidos y dignos ciudadanos desempleados?
Y necesitamos de imbuir a los desempleados con un orgullo muy especial, pues solo así lograremos evitar que hagan exigencias económicas imposibles... hasta la fecha no he encontrado pistas sobre el cómo manejar una contratación colectiva con sus representantes sindicales.
Ante nada tenemos que cuidarnos de los peligros del ocio, por cuanto lo último que necesitamos es que los estructuralmente ociosos estén ociosos, ni siquiera coyunturalmente. Muchos de los desempleados de nuestros jóvenes se encuentran por lo menos ocupados con sus celulares, y no queremos que se desocupen... y por lo que entregarles sus resultas petroleras, para que se compren lo que más les provoque, algo así como un iPad, suena a buen comienzo.
Amigos, Venezuela debe aspirar a tener buenos empleos, pero también a tener los mejores desempleados del mundo.