mayo 18, 2006

Piscina, lago, océano o bañera

En materia del comercio internacional, un país debe decidir en que aguas debe nadar. Décadas atrás, los venezolanos nos encontrábamos en una piscina, no muy grande pero aceptable mientras nuestros ingresos petroleros nos permitían cambiar con frecuencia el agua y pagar el cloro. No obstante, al bajar los ingresos, el agua en la piscina, por razones naturales sobre las cuales prefiero no extenderme, comenzó a calentarse desagradablemente, por lo que autorizamos a unos negociadores a salir a buscarnos un lago fresco. 
Nos consiguieron uno muy bello, el Lago del Pacto Andino, pero en lugar de dejarnos durante un buen tiempo en él, aprendiendo a nadar en aguas naturales, nuestros gobernantes, por echárselas de modernos, fueron y nos lanzaron al océano. Tragamos agua, nos asustamos, solicitamos regresar al lago, o quizás hasta a nuestra vieja piscina, pero esta vez nuestros yo-no-se-qué, echándoselas de primitivos y originarios, decidieron meternos en una bañera.
Pues bien, ahí en la bañera no podemos quedarnos, ya se notan las rayas de mugre y tampoco es segura, por cuanto se te monta un bruto encima y capaz te ahoga. Ahora bien, lo peor de estar en la bañera es que ello conduce a Venezuela a un proceso involutivo, donde hay que asegurarse de que cada generación sea más bruta y más mente de pollo que la anterior, ya que ésa es la única manera como evitar que los jóvenes capaces y con iniciativa nos abandonen para buscar su océano.
Y no es que esto nos esté ocurriendo en una época donde una bañera de repente pudiera haberse visto hasta como un exótico jacuzzi. ¡No! Ocurre justamente cuando todo el resto del mundo anda corriendo para aprender a nadar en el océano, para no tener que acabar limpiando bañeras en otros países. No encontraremos en nuestra historia un período de tanto empequeñecimiento. ¡Ah!... pero nos dicen que buscamos crear una bella piscina con MERCOSUR… ¿Quién va a tragarse que ellos abandonarían el océano, sólo por bañarse con nosotros? 
De seguir por la ruta de esta inconsulta ocurrencia vuelta imposición, sólo terminaremos bañándonos, hasta el alba, en unas aguas turbias, ensuciadas por quienes ni siquiera son familia. Yo sí estuve entre los que en su momento alertaba que estábamos apurando demasiado nuestro paso de piscina a océano, pero igual sigo convencido de que Venezuela, con inteligencia, debe y puede aspirar a competir con éxito surfeando las olas de la globalización.


El Universal