Aun cuando estoy seguro de que hubo muchas cosas buenas de las que siempre se dan cuando una juventud se reúne, lo muy poco que pude ver del Festival de hace algunas semanas no me gustó, me molestó y me entristeció.
Me encanta el folclore cuando éste se encuentra orientado a recordar y a honrar el de-donde-venimos, pero no me gusta cuando usándose de manera exagerada y compulsiva busca imponer el sabor de un hacia-dónde-vamos.
Me molestó mucho el oír a varios de los invitados referirse a nuestro Presidente como "comandante". Acepto que así lo llamen algunos venezolanos, si les da la gana, pero ellos deberían demostrar mayor respeto a nuestra Constitución, donde se establece que nosotros elegimos el Presidente y no somos comandados por nadie.
Me dio mucha tristeza ver la carita del niñito, que lanzando sus consignas desaforadas de "patria o muerte", nos evidenciaba que la pérdida de las ilusiones infantiles no sólo ocurre cuando la sociedad los abandona, como en el caso de nuestros niños de la calle.
En cuanto a que si era un festival comunista, eso no me importa mucho, justamente por lo folclórico. De las 15 capitales mundiales donde se han celebrado estos eventos, ya 12 de ellas son decididamente ex comunistas, que buscan afanosamente conectarse con las economías desarrolladas.
Lo que sí nos preocupa es cuando los organizadores del show, en su entusiasmo, nos quieren poner a bailar en su producción. ¡Eso sí que no! Nuestro Simón Bolívar luchó demasiado para darnos la independencia necesaria para que Venezuela pudiera conectarse e incluirse entre los grandes países líderes del mundo, para que hoy, en su nombre, nos desconecten, sólo porque les dé nota la posibilidad de un liderazgo entre los excluidos.
El mundo se está poniendo bien chiquito y la humanidad se verá forzada a encontrar nuevas maneras de convivencia jamás antes imaginadas. Venezuela y su gente tienen con qué ocupar un lugar prominente en el diseño de los grandes portones de entrada al futuro, por donde también deberá ayudar pasar los excluidos, como para ocuparse pintando unas ilusorias puertas de escape rojas.
El futuro de Venezuela no está en doblegarse y aceptar fatuamente las realidades globales, sino en buscar la manera de cómo administrarlas a su favor. Por ejemplo, no creo que tengamos nada que ganar con estar tan a la punta del "outsourcing" de moda, como para neo-liberalmente contratar a Cuba para el manejo de nuestro Estado Mayor.