noviembre 08, 2000

Salvemos nuestros naranjales de la tristeza global

The Heritage Foundation acaba de publicar su índice de Libertad Económica 2001 y como en otros tantos índices de esta índole, Venezuela aparece otra vez en el sótano. Entre 150 países ocupamos el lugar 114 y Estados Unidos el número 5. Este índice mide, entre otros factores, el grado de apertura comercial. 
La semana pasada asistí a una conferencia internacional en los Estados Unidos, que versaba sobre las perspectivas económicas de las naranjas. Lo que allí oí me hizo pensar que, por lo menos en materia de comercio internacional, las posiciones de Venezuela y los Estados Unidos deberían estar invertidas en el referido índice. 
Efectivamente, a los precios de hoy, los Estados Unidos aplican un arancel para la importación del concentrado de naranja que equivale al 63% mientras que Venezuela, cortesía del Gran Viraje iniciado en 1989, sólo aplica un 20% si es que lo cobran en nuestras aduanas.
El arancel nuestro es ad valorem, es decir, que se calcula sobre el valor declarado, mientras que el de los Estados Unidos es específico, cobrando aproximadamente 8 céntimos de dólar por litro de jugo equivalente. El sistema de los Estados Unidos significa que a menor que sea el precio internacional del concentrado de naranja y por ende, mayor sea la protección necesaria, mayor es la protección real otorgada. En nuestro caso, lo contrario. A menor que sea el precio, por aplicar un porcentaje dado, menor es la protección real.
En Estados Unidos, aparte de que por la propia capacidad adquisitiva de sus mercados favorecen a los productos de mejor calidad, el hecho de que se pague el mismo arancel por un concentrado de mayor calidad, que por uno de menor y se fijen unos límites de calidad bien altos para permitir su importación, significa que a sus productores, sólo se les pide competir de manera muy protegida, contra lo más caro. En nuestro caso, lo contrario. A menor que sea el precio, por aplicar un porcentaje dado, menor es la protección real.
En Estados Unidos, aparte de que por la propia capacidad adquisitiva de sus mercados favorecen a los productos de mejor calidad, el hecho de que se pague el mismo arancel por un concentrado de mayor calidad, que por uno de menor y se fijen unos límites de calidad bien altos para permitir su importación, significa que a sus productores, sólo se les pide competir de manera muy protegida, contra lo más caro. En nuestro caso, lo contrario, el sistema conspira para que se nos envíe el producto de peor calidad y nuestro productor debe competir contra lo más barato, con poca protección. Por cierto, en este sentido se puede argumentar que Venezuela es víctima de un dumping, no de precios, sino calidad.
Hace aproximadamente quince años, viendo cómo su hacienda de naranjas era destruida por el virus de las tristeza, mi suegro con el empuje propio de un joven, sacó de raíz hasta el último de sus árboles y resembró una variedad más resistente. Aun cuando lo anterior constituía una significativa inversión y aun cuando para la época lo único que se recomendaba era sacar el dinero del país, él no vaciló un instante. Nosotros, su familia estuvimos orgullosos de él.
Hoy, años más tarde, su haciendo, al igual que la de los demás citricultores, está de nuevo en dificultades. La dramática caída en los precios de la naranja, la revaluación del bolívar en términos reales, la mínima protección arancelaria y la disposición de permitir la entrada de productos de mala calidad en cantidades desmedidas, son algunos de los factores que conspiran para asegurar que a menos que las autoridades intervengan urgentemente, el país quede inundado de producto importado, con la consecuencia de que las naranjas venezolanas se pudran en los árboles, al no justificar, ni siquiera, el costo de recolección y transporte.
Sé que los naranjeros de la Florida, aquel estado que tanto hemos favorecido con nuestro comercio en el ta-barato dame dos y que tan generosamente nos retribuyó prohibiendo el uso de la orimulsión, no sobrevivirían ni un año sin la protección, también sé que en un mundo de absoluta equidad comercial, las naranjas de Venezuela serían competitivas.
No obstante lo anterior, no es la injusticia de nuestra ubicación en el índice lo que me hace reaccionar hoy contra él. La razón principal es que tengo miedo de que, por la pobre ubicación de Venezuela en tal ranking, la próxima vez que una de nuestras autoridades deba decidir entre defender unos intereses nacionales o cumplir con unos dudosos acuerdos comerciales, un peligroso complejo de insuficiencia globalizadora, nuevamente atente contra lo nacional.
El mundo, con la globalización, requiere más que nunca de la defensa de los intereses del patio propio. Venezuela lleva años actuando de manera inocente bajo la ilusión de que si sólo “nos comportamos” y abrimos nuestras fronteras nos irá bien. Como dicen los americanos, ¡bullshit! ¡Pendejadas! No sé qué será necesario para sacar a nuestro país de esta equivocación, este letargo, esta apatía, pero al menos debería comenzarse por reconocer el hecho de que si bien nuestros socios comerciales no necesariamente son unos demonios, definitivamente no son unos angelitos.
Autoridades de la República Bolivariana de Venezuela, por favor, sin complejos, rescaten nuestros naranjales venezolanos de la tristeza globalizadora antes de que sea demasiado tarde.
El Universal Caracas 8 de Noviembre de 2000