Existen muchos tipos de papaúpas pero todos ellos tienen en común el creerse el mejor y el de tener poca capacidad de aguantar a quienes los cuestionan. Los papaúpas hacen vida en todo tipo de organización, privada, publica o mixta y a todo tipo de nivel jerárquico, desde portero a presidente.
Todos ellos, en todo lugar, aparte del fastidio que nos causan, producen perniciosos efectos en materia de recursos humanos.En la administración pública el papaúpa, sin quererlo, da inicio a un circulo vicioso por medio del cual el nuevo subalterno elegido para reemplazar a quien se atrevió hacer una pregunta que alguien pudiere interpretar como un cuestionamiento del papaúpa de turno, tiene que por definición ser algo más mediocre que el funcionario anterior, así como por supuesto poseer una mayor disposición para aguantárselas.
De la misma manera un burócrata que desea mantener su vigencia, o por lo menos su cargo, para no correr el riesgo de ubicarse entre los mejores y de repente quedar tentado a preguntar sobre algo, cada día que se levanta, tiene que hacerse la firme determinación de ser un poco peor que el día anterior. (Algunas recientes surrealistas declaraciones dadas en España por un funcionario de carrera de la Cancillería, quizás se podrían explicar desde la perspectiva del efecto papaúpa.)
Lo anterior y que en lenguaje económico se dice es la causa del rendimiento marginal decreciente del funcionario público provocará, tarde o temprano, la implosión de cualquier gobierno liderado por un papaúpa. Los nuevos siempre serán peores que los anteriores y los que se quedan, sólo lo logran empeorando.
Hay condiciones que son más propicias para que los papaúpas lleguen a ocupar cargos de importancia y entre las cuales destaca el grado de debilidad genérica que tiene la sociedad por un sabelotodo. Por cuanto el papaúpa, creyéndose iluminado, es quien mas habla cuando los más humildes prefieren callar y como también existe una estrecha relación entre el creerle a un sabelotodo y el gusto por un idioma refinado y preciso, rayando o pasándose a lo cursi, se deduce que si el papaúpa además habla bonito, que la mesa está servida para dar inicio a nuestra rodada cuesta abajo.
Si el papaúpa, ya montado en el poder, además logra armarse de unos recursos que le permite adquirir su propia barra que lo aúpa, el rendimiento marginal decreciente de sus subalternos pasa de ser una función linear a adquirir características exponenciales… algo así como que estamos mal, pero vamos peor, al cuadrado.
Amigos, espero no haberles aburrido con un lenguaje demasiado técnico pero todos, incluso yo, estamos expuesto al peligroso y muy contagioso virus de creernos un papaúpa, así sea sólo de vez en cuando.
Por favor no le demos el gusto a quienes disfrutan, gozan y ganan con que nos odiemos.