Piense en los dólares como unas esponjas y en los bolívares como el agua. Cuando Pdvsa le vende al Banco Central las esponjas que ha obtenido por el petróleo, le entregan el agua, que de una manera u otra sale a regar las tierras de Venezuela. Cuando no existen muchas matas que puedan necesitar de esas aguas (producción) o las tierras no se encuentran suficientemente aradas como para absorber todo el líquido (confianza) entonces, de haber esponjas, se producen las fugas de agua, vía las importaciones o huidas de capital, o cuando no hay suficientes esponjas para secar el exceso de agua, ocurren las inundaciones que traen inflación y devaluación.
Hace poco un vocero de la comandancia económica, declaró que "ya no se ofrecerán los dólares que se originan por la venta de hidrocarburos al Banco Central, sino a la Tesorería Nacional, para evitar que los bolívares persigan los bienes prematuramente", lo que significa que una buena parte de las esponjas se guardarán en el exterior hasta que se necesite el agua.
El anuncio, que de por sí no es una mala idea, pierde seriedad cuando el vocero lo remata con un arrogante "aquí sabemos lo que estamos haciendo" haciéndose el loco que ellos llevan ya bastante tiempo comandando y también que hace muy poco le quitaron al Banco Central unas billonadas de esponjas que ésta había adquirido, sin siquiera devolverle el agua que inicialmente había pagado por ellas. Qué lástima que estos aprendices no comenzaron sus estudios por la clase número uno, la del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, donde justamente la problemática del qué hacer con tantas esponjas y tanta agua en una economía pequeña, fue la razón para la creación del Fondo de Inversiones y el argumento para la Ley Habilitante del momento… para lo poco que sirvió.
Qué difícil es discutir, no sólo en Venezuela, sobre la conveniencia o no de un control cambiario, cuando todos siempre están predispuestos a identificar a las entradas de capitales como positivas y a las salidas como negativas, aun cuando lo que más se necesita es simplemente que el nivel de liquidez resultante sea el adecuado. Si se piensa en la economía de un país como Venezuela como una bañera al lado de los océanos globales, quizás se podrá entender mejor que una cierta falta de liquidez resulta menos perjudicial para el desarrollo de la economía, que los excesos de agua que la ahogan.
Un país con tanto que ofrecer como Venezuela corre, en circunstancias normales, mucho más riesgos de morir ahogado que de sed, por lo que siempre he sostenido que de usar unos controles cambiarios permanentes, éstos deberían siempre colocarse a la entrada del agua, es decir cuando el Banco Central compra las esponjas y entrega el agua, que a la salida, tal como lo hace Cadivi, cuando el Banco Central recoge el agua vendiendo sus esponjas. Basta con echar un vistazo a la página web de Cadivi donde observamos que su representante opinó, en abril del 2003, que "el control de cambio se plantea como una restricción transitoria, incluso de una vigencia inferior al año", para saber que hace mucho tiempo deberían haber eliminado el control de cambio actual, o haberlo sustituido por algo mucho más funcional. Hoy, de repente, Cadivi ya tiene hasta planes de jubilación.
Los aprendices acaban de dividir el valor facial de nuestra moneda por mil, me imagino con la esperanza de permitirle a quien busca estar de turno permanente poder anunciar próximamente como un gran triunfo de la revolución, el regreso del 4,30. Ojalá eso se les dé y que no sólo terminen por tener que luego también repasar las experiencias de Luis Herrera y Lusinchi.
Uno de los 4.287.467 ciudadanos del país sombra.