Publicado en Caracas, El Universal el 16 de Abril de 2002
Muchas veces he sido tildado de chavista, por haber escrito algunas opiniones que sonaban como si fuesen compartidas por voceros del gobierno. Otros me han considerado como anti-chavista, porque también he escrito artículos en su contra. Ese es el riesgo de quienes no somos políticos y que nadamos en la mitad del agitado río actual, rehusando las orillas extremas, aún conociendo el riesgo de morir ahogados.
No obstante, el 11 de abril, algo incómodo de que pudieran confundirme con la parte tenebrosa de la oposición, pero tranquilizado por tantísimas caras conocidas de gente buena y amiga, participé en la marcha que solicitaba la renuncia de Hugo Chávez por convicción y no sólo por acompañar y cuidar a mi señora. Mi razón está en un artículo que escribí durante la campaña electoral de 1998, donde sostenía que una de las cualidades que deseaba ver en mi próximo presidente era la capacidad de evaluar su propia actuación y que de no estar su gestión a la altura de lo prometido, debería tener el coraje y la decencia de renunciar, ahorrándonos dolorosos retrasos en el desarrollo del país.
Chávez, por mucha culpa que aunque con cierta razón pueda asignarle a la oposición, tiene que saber que en sus primeros turnos al bate, casi ni la vio, que merece las duchas y que de haber sido alumno de su padre, de seguro que lo habría aplazado. La historia, más severa, buscó primero su expulsión, pero luego se arrepintió y decidió darle otra oportunidad. Hoy sólo depende de él, si quiere usar ese regalo para lograr asentar en los anales históricos a su gobierno como beneficioso para Venezuela, o si simplemente se da por satisfecho con la adulancia. Como venezolano no puedo desear otra cosa que no sea que la batee de jonrón o que se gradúe summa-cum-laude.
¿Qué consejos le podemos dar? Sus padres, que de seguro sólo le desean lo mejor, probablemente le digan: ¡Muchacho cuídate de las malas compañías que te empujan hacia abajo y busca las buenas que te jalan hacia arriba! Aún cuando sabemos que nuevamente le toca al mismo Chávez elegir a sus compañeros, como un ciudadano preocupado, me permito darle algunos consejos. Por cuanto obviamente no hay nada que hacer si Chávez resulta incapaz de identificar a los que son vagabundos de anteojito, me limitaré a referirme al caso bastante más difícil de los aparentemente capaces.
Una de las primeras cosas que crea afinidad entre las personas, es el compartir las preocupaciones y, en tal sentido, en Venezuela sin duda que hay mucho que compartir. No obstante, el hecho de que alguien pueda ver con claridad como no se deben hacer las cosas, lamentablemente no implica que sepa como sí se deben hacer. En tal sentido, creo que durante el primer turno de Chávez su gobierno se perjudicó alineando a unos cuantos bienintencionados, que si bien serían una maravilla revisando gastos como comisarios de un condominio, sin embargo no sirven para planificar el futuro de un país y mucho menos para hacerlo.
Hugo Chávez, agradezca su segunda oportunidad, regalándose la posibilidad de hacerlo bien. Si no lo hace, que Dios y la Patria se lo reclame.