Una apertura comercial mal negociada, la desaparición de las fuentes de créditos a largo plazo, el aumento en la volatilidad de las tasas de interés y, ante nada, la generación de una estúpida sobre-valuación cambiaria, hizo que Venezuela terminara siendo un estacionamiento asfaltado, donde cualquier lluvia de dólares corría inmediatamente al torrente de importaciones o como fuga de capital, sin siquiera humedecer la tierra.
Obviamente que el imponer un control de cambio, en tales circunstancias, sólo equivaldría a construir una represa, que con la acumulación de aguas estaría predestinada a reventar con incluso peores consecuencias. Más importante es arar la tierra, para que ésta pueda nuevamente absorber la humedad. El arado se ha comenzado con la (¿excesiva?) corrección de la paridad cambiaria, el (¿temeroso?) análisis de salvaguardas comerciales y con rascarse la cabeza para ver qué hacer en materia financiera.
No obstante, aún cuando desaparezcan las razones económicas, que pudiesen inducir a pensar en un control de cambio, una economía pequeña, como la de Venezuela, simplemente no podría manejar los desórdenes monetarios, que se derivan de los grandes y volátiles movimientos de los capitales globalizados. La magnitud y los daños que estos flujos producen, tanto “a la entrada” como a la “salida”, son cada día peores en la medida en que los especuladores aprendan técnicas más sofisticadas para aprovecharse de un mercado, que frecuentemente azuzado por esos mismos agentes, se bambolea entre el exceso de confianza y el pánico.
En tal sentido, estoy convencido de que nuestro país, por lo menos durante los últimos 25 años, ha necesitado de un control de cambio, no por razones económicas, sino por razones financieras.
Ahora bien, hay distintos tipos de control de cambio y, en especial, distintas maneras de cómo venderlo. Un pago que se exige para salir, hace pensar en una cárcel, crea aglomeraciones y pánicos, mientras que, ese mismo pago, para permitir la entrada en la misma puerta y para controlar los mismos flujos, hace pensar en “un club exclusivo”.
Por todo lo anterior propongo estudiar la posibilidad de aplicar un control de cambio a la entrada de divisas, algo similar al que hasta hace poco estuvo vigente en Chile, que buscaría evitar que la marea de divisas se devuelva inundando nuevamente nuestros mercados, al acabarse de una manera u otra nuestra actual diatriba política.
Publicado en TalCual