Viniendo de Estados Unidos, recibí de la aeromoza una botellita de agua y una bolsita de maní. En la botella, como de costumbre, aparecía la reconfortante información de que su contenido calórico era cero, sería muy preocupante de no ser así. No obstante, la leyenda de la bolsita me dejó loco, al leer que para obtener su información nutricional, tenía que escribir a la dirección allí indicada. ¿Qué hacía a 35.000 pies de altura, comérmela o no? Esto me hizo reflexionar sobre la increíble cantidad de normas destinadas a proteger al consumidor.
Leemos que en Japón existe gran preocupación porque su pueblo ha adoptado costumbres higiénicas demasiado exageradas, que podrían reducir su resistencia a microbios. Una posible evolución darwiniana, que obligue a los japoneses a vivir en burbujas de aire, ¿sería también aplicable a la sobreprotección del consumidor estadounidense?
Acudí a mi hermana, que por ser médico, la consideré como gran gurú de esta epidemia de las normas locas y de otras estupideces de los gringos, al estar casada con uno de ellos, para preguntarle confidencialmente, sin que se enterase mi cuñado: ¿Qué clase de sociedad puede requerir proteger a sus ciudadanos de tal manera? ¿Son tan brutos?. Sus respuestas fueron esclarecedoras, por lo que les comento lo que deduje de ellas.
En el comercio internacional se considera a los Estados Unidos como un país abierto, con los aranceles más bajos del mundo. Lo cual no es necesariamente cierto, si consideramos que su promedio de aranceles se compone de algunos del 0%, aplicados a productos de poco significado comercial, como un reactor nuclear y de otros muy altos, del 60%, aplicados a productos, que para proteger a los propios, quieren ahuyentar, como el concentrado de naranja.
Al igual que en el comercio la realidad no coincide con la creencia común, en materia de normativas sobre calidad, contenido y forma de uso, los Estados Unidos tampoco tienen toda la sobreprotección que creemos, padeciendo de una absoluta desprotección.
A juicio de mi hermana, no se trata de que los americanos sean brutos (para el record histórico familiar, mi cuñado jamás me ha parecido serlo) el hecho es que toda la normativa que observamos en ese país sólo constituye una débil línea de defensa, ante la inseguridad jurídica que se ha creado por la adicción de su sistema judicial a las demandas. Me cuenta, que el terror es tan grande, que hasta en coches para bebés se leen instrucciones que recomiendan sacar al bebé antes de doblarlo. En planchas, insisten en no planchar la ropa mientras esté puesta.
Las demandas y sus perjuicios no son ficciones. Pueden demostrarlo preguntándole a cualquier accionista de las tabacaleras en los Estados Unidos qué piensa sobre la inseguridad jurídica. Seguramente obtendrán respuestas muy interesantes, en términos de perjuicios monetarios per cápita. De igual manera, vemos que las primas de seguro, que deben pagar los médicos para medio defenderse, superan el sueldo anual de muchos médicos venezolanos. Sabemos lo difícil que nos puede resultar conseguir un médico de confianza, pero, para los médicos americanos, probablemente es más difícil aún conseguir un paciente de confianza.
Vemos en las noticias que en Florida quieren demandar la nulidad del resultado electoral, alegando que 20.000 electores supuestamente se confundieron. Por la dificultad que tienen en ponerse de acuerdo acerca de quién debe ser su próximo presidente, ante un voto dividido 50-50, creo que los verdaderamente confundidos son muchos más, son todos los electores. Quizás deban hacer un outsourcing del gobierno. ¿Disney?
Hablando de seguridad jurídica y apertura comercial, éstos fueron recientemente evaluados en el índice de Libertad Económica 2001 del Heritage Foundation, en donde Venezuela se ha ganado nuevamente el sótano, con el número 115 y los Estados Unidos con el 5. Es por eso que, como venezolano, para tratar de sacarme el clavo, estoy escupiendo hoy algo hacia el norte, en lugar de todo hacia arriba.
El Universal, Caracas 16 de Noviembre de 2000