Hugo, yo y la revolución
Cuando veo nuestros cementerios industriales, donde por una equivocada apertura comercial muy mal implementada y una estúpida política cambiaria yacen las ilusiones de tantos venezolanos, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo a Estados Unidos aplicar 60% de arancel a la importación del concentrado de naranja y sólo permitir importar la mejor calidad, mientras que Venezuela se aplica 20% y se le permite la entrada de cualquier porquería, condenando nuestros naranjales a morir, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo cómo nuestro país firma tratados de propiedad intelectual, marcas y patentes, que lo obliga a respetar las fuentes de renta del mundo desarrollado, mientras que éste nos cobra un impuesto al petróleo de 115 dólares, por lo que de los 150 dólares que un consumidor europeo paga por el barril – y apartando los 10 dólares para su refinación y distribución - sólo nos quedan 25 dólares por sacrificar ese barril no renovable, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando observo la muy injusta distribución de ingresos en mi país, la ineficiencia del gasto fiscal y noto cómo los esfuerzos por cobrar un impuesto sobre la renta, se abandonan por el facilismo del IVA y otros impuestos directos, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando, con mala conciencia, por lo menos yo, reflexionamos sobre las décadas de silencio ante un pésimo sistema de educación y la obscena y violenta programación con la cual nuestras televisoras adoctrinan a nuestra juventud, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo mi Venezuela sumergida en la anarquía, sin una autoridad capaz de controlar a ese pequeño porcentaje de abusadores, que en todas partes existen, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Pero, cuando Hugo dice que su revolución es hija de la revolución china o de la cubana, también sé que Hugo y yo no hablamos de la misma revolución.
Mi revolución sólo persigue la humilde meta de lograr un buen gobierno venezolano para los venezolanos y que, si en el trayecto alguna vez nos equivocamos, que por lo menos sea a favor de Venezuela.
Mi revolución recibe contenta al inversionista extranjero, pero sólo es feliz cuando logra conservar el inversionista venezolano.
En mi revolución, excepto por el fortalecimiento de la OPEP (incluyendo el gas e incorporando nuevos miembros), un Gran-Colombianismo pragmático y una racional solidaridad ambiental, no hay recursos ni tiempo para otras consideraciones geopolíticas.
Si bien considero que venderle a Cuba unos 53 mil barriles de petróleo en condiciones demasiado generosas es un pecado menor, comparado con la aún no tan lejana propuesta de venderle 5 millones de barriles al mundo a un precio de solo 7 dólares; el hecho es que mientras algún venezolano se muera de hambre, no reciba una buena educación o un servicio de salud digno, mi revolución no contempla regalarle nadita a nadie – salvo, una cristiana solidaridad en emergencias.
Hugo tiene una asombrosa facilidad para comunicarle, de manera pedagógica, mensajes venezolanos a la Nación y en tal sentido, para quienes sabemos que el futuro requiere construir puentes de entendimiento, representa para el país un activo muy valioso. Por esto, a quien tenga acceso a Hugo, por favor ruéguele, que se deje de ese invento y no desperdicie su talento, hablándole al soberano, en chino con acento cubano.