Independientemente de las decisiones inteligentes, que durante la Cumbre de Caracas puedan haber concertado los miembros de la OPEP, su significado será nulo, a menos que sus ciudadanos decidan adoptar una actitud activa en la defensa de sus intereses.
Efectivamente, vemos que la única razón por la cual el negociador francés ha logrado increíbles prerrogativas para la agricultura de su país, ha sido la credibilidad que tiene para convencer a sus contrapartes sobre su absoluta necesidad de éxito y esa se basa en su capacidad de referenciar el hecho de que si vuelve a casa con las manos vacías, lo linchan sus agricultores.
Asimismo es claro, que una organización como la OPEP, que durante 40 años no presentó mayor oposición a los impuestos discriminatorios que aplican los países consumidores a los derivados del petróleo y que de seguro tiene típicos burócratas adversos al riesgo que se dedican a cuidar sus puestos, requiere de alguien que los pellizque duro todo el tiempo.
Lamentablemente, al contrastar las protestas de los consumidores europeos con la pasividad e indiferencia de nuestros ciudadanos durante la Cumbre, podemos declarar con vergüenza que la Sociedad Civil estaba ausente de ésta.
Al considerar la importancia de la Cumbre, también sorprendió la baja calidad de muchos de los comentarios hechos por importantes sectores del país. Algunos fueron simplemente irrelevantes, ha sido un buen estímulo para librarnos de buhoneros y limpiar calles, o frívolos, al reportar cuál un “Hola” sobre las curiosidades culturales de nuestros socios. Otros comentarios, la mayoría de ellos de la secta de opinadores profesionales, que sin conocimientos le meten a todo y que cuestionaban los razonables argumentos que ante el mundo presenta la OPEP, eran francamente perjudiciales.
La apatía, por parte de nuestra Sociedad Civil, en defender sus derechos petroleros puede explicarse, en parte, por la dificultad que ésta tiene para comprender y aceptar, que en el caso de los impuestos al petróleo que aplican los países consumidores, son los productores quienes tienen la razón y el derecho moral de objetar tales impuestos. Como durante años he reflexionado sobre este problema, deseo aprovechar para aliviar algunas de sus principales fuentes de dudas.
Muchos pueden alegar que es imposible establecer lo que debería ser un precio justo y razonable por el petróleo, pero ello en forma alguna invalida el derecho de exigir un trato justo y razonable. Cuando se habla de justicia en los precios del petróleo, nos referimos ante nada a la participación del productor en su valor de mercado. Un europeo paga 160 dólares por los productos que se derivan de un barril de petróleo crudo y este monto se distribuye en US$30 para el crudo, US$10 por refinación, transporte y distribución y US$120 en impuestos cobrados por el fisco europeo. No hay duda que existe una injusticia ya que quien sacrifica para siempre un activo no renovable, sólo recibe el 19% (30 de 160).
La mala conciencia, alimentada por los países consumidores, sobre lo lesivo de los altos precios del petróleo, muy especialmente para los países pobres, probablemente es también causante de la referida apatía, pero no podemos perder la perspectiva, recordando que a los países desarrollados nadie les cuestiona cuando, amparados en patentes moralmente dudosas, que les otorgan derechos de monopolio, venden, por ejemplo al África, las medicinas contra el SIDA a precios exorbitantes.
Por último, la Duda de las Dudas para una persona educada: la protección del ambiente. En esta materia basta asegurar que casi siempre, la protección del ambiente sólo sirve de tonto útil para esconder todo tipo de hipocresías discriminatorias.
Ciudadanos de los países de la OPEP, la defensa del petróleo, ante nada, a quien le compete es a Ustedes.