En nuestros países, muchos son los que en carne propia han sufrido pérdidas cambiarias derivadas de la inflación. Entre éstos destacan: las empresas que se endeudaron a plazos relativamente cortos (uno a tres años); los bancos que tuvieron que reflejar de inmediato dichas pérdidas en sus balances sin poseer activos compensatorios y, finalmente, los individuos con obligaciones a muy corto plazo, tales como las derivadas de las tarjetas de crédito.
De allí la razón de que, intuitivamente, suframos de una gran aversión a contraer deuda en dólares, lo cual es lamentable. Las siguientes observaciones van dirigidas a demostrar una de las oportunidades que se pierde a causa de tales prejuicios.
Por cuanto hoy existe un debate muy activo sobre los pro y los contras de una dolarización de la economía, comienzo por aclarar que los comentarios, que hago a continuación, no tienen nada que ver con ese tema y se limitan, estrictamente, al análisis de accesar a fuentes de financiamiento denominadas en esa divisa.
Supongamos que existiera un programa de adquisición de vivienda que ofreciese créditos en dólares a 20 años a una tasa del 10%. Una joven pareja profesional, que para enero de 1989 tuviese un ingreso mensual de Bs. 72.000, equivalentes en esa época a 1.930 dólares, podría haber contraído una deuda de 80.000 dólares, bajo la premisa de que no deberían destinar más del 40% de sus ingresos al pago de la vivienda.
El crédito anterior resultaría en una cuota mensual de 770 dólares, equivalentes, en su inicio, a unos Bs. 29.000. Si los ingresos de nuestra pareja hubieren aumentado de manera similar a la inflación, podría afirmarse, de acuerdo a cálculos basados en datos reales sobre la evolución de la inflación y de la tasa cambiaria en Venezuela , que no habrían tenido problema alguno para cumplir con el servicio de su deuda.
Para febrero de 1999 el saldo del crédito estaría en 58.700 dólares y la cuota mensual, equivalente a Bs. 443.000, representaría sólo un 10% de su salario indexado. Aún para el caso de que el bolívar, que hoy la mayoría considera sobrevaluado, se devaluase en un 50% el pago resultante sólo equivaldría a un 15% de su sueldo indexado.
Lamentablemente para muchos, que no pudieron adquirir su vivienda, esta posibilidad de créditos en dólares no estuvo disponible. Hoy, cuando la necesidad de viviendas, de reactivar la economía y de encontrar en qué invertir los próximos fondos de pensiones es mayor que nunca, estamos en un momento muy propicio para liberarnos de prejuicios y desarrollar una cartera de créditos inmobiliarios en dólares.
Lograr crear un fondo en dólares, con recursos venezolanos y de entes multinacionales, para financiar en esa moneda, a largo plazo y a unas tasas de interés razonables, la adquisición de nuevas viviendas por parte de jóvenes profesionales, debería ser una de las medidas económicas más oportunas para una Venezuela necesitada.
En poco tiempo tal fondo podría acumular una sana cartera de crédito, que le permita, vía la emisión de Cédulas Hipotecarias en dólares, captar directamente sus fondos del mercado. Por cuanto la cartera estaría compuesta por operaciones que respondan a la mayor racionalidad económica, como lo es el financiar viviendas a la juventud, no me sorprendería que, con el transcurrir del tiempo, la captación se haga a tasas bastante competitivas, de la misma manera que PDVSA logra obtener mejores condiciones que la República de Venezuela.
Por supuesto, especialmente en su inicio, habría que otorgar ciertas garantías que permitan estimular el interés del mercado, tales como facilitar su redescuento y garantizarle al deudor, que en el supuesto de un control cambiario, tendría acceso especial a las divisas necesarias para servir las cuotas. De igual manera, resulta importante evitar errores, como el garantizar la recompra a una tasa fija, que significaron la muerte de la tradicional Cédula Hipotecaria venezolana, que tanta vivienda financió.
Si yo tuviera la responsabilidad de decidir en qué invertir los fondos de pensiones, para que en 30 ó 40 años puedan indemnizar, de forma adecuada, a los viejitos del mañana, para evitar que sufran las realidades de los viejitos del hoy, no creo que podría encontrar una opción más válida que la de las Cédulas Hipotecarias denominadas en dólares.
Por supuesto, el programa para garantizar su éxito, habría que iniciarlo una vez que el bolívar haya liberado en algo su ridícula sobrevalorización. Por cuanto tal hecho debería estar a la vuelta de la esquina, podríamos iniciar, desde ya, los preparativos del Fondo.
Para que lo anterior pueda llegar a ser una realidad, obviamente se requiere de la colaboración del Estado Venezolano para lograr la normativa necesaria, pero también, y me atrevo a decir que más aún, que los responsables por el Fondo lo cuiden como el precioso árbol que puede ser y no simplemente, sigan con la tradicional actitud de darle palos como a cualquier piñata.
Economía Hoy 23 de marzo de 1999