Hugo, prohíba las naranjas venezolanas
Hoy leo que a pesar del Plan Colombia y de la fumigación, el área de los cultivos ilícitos en ese país pasó de 103.000 hectáreas, a fines de 1999, a más de 162.000. Igualmente leo, que según Fedeagro, los cultivos de naranjas en Venezuela, en ese mismo lapso, se redujeron de 42.000 a 22.000 hectáreas.
La conclusión resulta obvia. Lo que nuestros gobiernos tratan de promover, declina y lo que buscan prohibir, prospera y de ahí el ruego del título. Para ayudar a sustanciar el expediente contra la naranja, denuncio el potencial adictivo de ellas y someto como evidencia el humor mañanero de mi esposa, antes y después de tomarse su jugo.
En Noviembre de 2000, en un artículo titulado “Por favor salven nuestros naranjales de la tristeza global”, le rogué al gobierno que hiciera algo por el sector. Sostenía, que entre el proteccionismo de los Estados Unidos, donde aplican un arancel de más del 60% y sólo permiten importar la mejor calidad de concentrado y la apertura venezolana, con un arancel de apenas el 20% y posibilidad de importar cualquier porquería, se incitaba a un dumping de calidad, que significaba la muerte de nuestros naranjales.
Según cifras de la OCEI, en el 2000 se importaron desde México y Brasil, como mínimo, 5.600 toneladas de concentrado de naranja. A razón de 12 Kg. de naranja fresca por kilo de concentrado y de 135 Kg. por árbol, dicha importación significó ignorar el fruto de unos 500.000 árboles venezolanos.
Si añadimos la revaluación sufrida, en términos reales, por el bolívar; la ausencia de créditos razonables; y los altos precios de fertilizantes y electricidad, estos últimos tan exorbitantes, que nos hacen pensar en una política de precios más adecuada para un precursor de actividades ilícitas, que para un insumo agrícola, creo concluir que el futuro no luce prometedor. Ya la cosecha de 2001 se acabó y sólo resta rogar que, desde ya, se tomen medidas para el 2002. Las dos que hoy sugiero son sencillas.
Necesitamos de unos aranceles específicos, es decir, un monto fijo por kilo. Sólo así se puede asegurar que la mínima protección acordada, por lo menos sea real. Actualmente, al aplicar nuestros ya de por sí bajos aranceles a unos concentrados malos y baratos, la protección se vuelve un nada de nada.
Se requieren laboratorios independientes, que puedan arbitrar con autoridad en materia de calidad. Hoy, la asimetría de fuerzas entre el productor de naranjas y la industria receptora es demasiado grande, como para que no ocurran abusos.
Esta u otra protección comercial debe hacerse con cautela por cuanto, si bien es necesaria, podría generar males mayores, si los responsables no logran basar su gestión en el conocimiento .... de la materia y no del solicitante.
En tal sentido, buscando guardar el necesario equilibrio entre el sufrido soberano agrícola y mi “adicta” consumidora; le ruego a quién conozca a Hugo, que le diga de parte mía, que sus actuales capataces los intuyo incapaces.