Muchos tienen aún presente la última crisis del sector bancario en Venezuela, memoria ésta refrescada gracias al reciente incidente de Cavendes. De allí que la opinión publica exija a la banca, antes que nada, una mayor seguridad en sus colocaciones. Adicionalmente, aparte de que se le preste un servicio eficiente en el manejo operativo de sus fondos y a que eventualmente se le conceda algún crédito al consumo, pocas son las demás expectativas que tiene un cliente normal respecto de su banco.
Es por ello que con frecuencia se olvida en el debate bancario que las dos funciones fundamentales de la banca son la de ser un agente activo en el proceso de generación del crecimiento económico y la de colaborar en la función de democratizar el capital, es decir, de permitir el acceso al capital a aquellas personas o regiones que, aún carentes de recursos, tienen iniciativas y voluntad de trabajo. En Venezuela, hasta hace poco, la aprobación de una licencia bancaria dependía, al menos en teoría, de cómo se pensaba cumplir con tales funciones sociales, sin que la solvencia para devolver el dinero en un futuro pareciera tener mayor relevancia. ¡Cuánto dista esto de ser cierto hoy!
En términos de dólares constantes de 1982, la cartera total de préstamos de la banca en Venezuela para Diciembre de ese año se situaba alrededor de 16.000 millones de dólares. En Febrero del 2000 se ubica en apenas unos 5.300 millones de dólares – incluyendo los créditos al consumidor. Estas cifras evidencian una verdadera crisis de crecimiento y si bien el reciente proceso de fusiones bancarias en Venezuela puede lograr generar, a nivel de la captación de depósitos, ciertos ahorros operativos, sin embargo, no queda muy claro cómo ha de contribuir a reactivar la economía.
Al meditar sobre lo anterior, considero que también es necesario cuestionar la importación, desde Basilea, de normativas bancarias, más apropiadas para países ya desarrollados, que para países en vías de desarrollo como el nuestro. Muchos de los problemas surgen por el sólo hecho de que como tales disposiciones fueron desarrolladas para ambientes de cierta estabilidad macroeconómica, al transplantarse en países con inflación o volatilidad cambiaria, muchas veces se hacen inoperantes e incluso hasta contraproducentes.
En 1975 John Kenneth Galbraith, en su libro “Dinero, su Origen y Destino”, adelantó la tesis de que una de las razones fundamentales, para que en el siglo pasado se lograra el desarrollo económico del oeste y del sudoeste de los Estados Unidos, era la existencia de una banca agresiva y poco regulada, que con frecuencia quebraba causándole grandes pérdidas a depositantes individuales, pero que, a causa de una ágil y flexible política crediticia, dejaba una estela de desarrollo.
Hoy, al contemplar la recesión que reina en nuestro país y sin hacer en forma alguna una apología de los delitos, que pudieran haber estado presentes, surge la tentación de preguntarse si el país se equivocó al provocar que sus banqueros fugitivos buscasen refugio en otros países, donde gastan su dinero y sus esfuerzos. ¿No hubiera sido preferible haberlos obligado a desarrollar, por ejemplo, el eje Orinoco Apure?
También es oportuno cuestionar el hecho de que en un país que necesita generar empleos y por lo tanto, préstamos con fines productivos, sin embargo sus normativas estén más orientadas a facilitar el otorgamiento de créditos al consumo. En cuanto a la democratización del capital, el mismo Galbraith indica con sagacidad, que obviamente a menor grado de regulaciones que afecten la actividad bancaria, mayor será la posibilidad de democratizar el capital.
Lo más triste de todo el capítulo de las normativas bancarias es que en verdad los riesgos no sólo persisten sino que a veces, cuando hay fusiones, pueden multiplicarse, por aquello de que “a más grandes, más duro caen”.
Y ya que hablamos de fusiones, no resisto la tentación de hacer un comentario desde una perspectiva global. Una banca local tiene un serio compromiso con su zona de influencia, ya que sencillamente no tiene para dónde coger. Al especular de que el proceso de globalización de la banca criolla se inicio cuando el Banco de los Llanos, de Valle la Pascua, se convirtió en el Banco Principal, de Caracas - observamos que ello no nos sirvió para mucho. ¿Será acaso mejor el proceso que lleva a gerenciar nuestra banca desde Madrid?
El Universal 7 de agosto de 2000