El domingo 12 de marzo, [en El Nacional] el Sr. Luis Giusti usando un “lenguaje muy sencillo, que pueda ser comprendido por Petra Pérez”, hizo un esfuerzo, en un artículo de prensa, por tratar de explicarle al país las bondades de que PDVSA fuese dueña de Citgo y de sus 15.000 estaciones de servicio.
Para darle fuerza a sus argumentos, Giusti, con fines pedagógicos, nos relata sobre las dificultades de un pequeño productor de leche, Pedro González, en lograr asegurar una adecuada remuneración para su producto. El sólo ordeñar y entregar la leche a puerta de corral, situó al pobre Pedro en tal desventaja que, para sobrevivir, tuvo que incursionar en el transporte de la leche y luego en su pasteurización. Al final de la saga, el Conglomerado González termina siendo propietario hasta de los supermercados donde se vende la leche.
Estoy de acuerdo con que la voluntad de trabajo de Pedro constituye un buen ejemplo para el país, pero no estoy del todo seguro de lo que aprendió el venezolano del simpático cuento de Giusti. En cuanto a mí, por fin obtuve la respuesta al por qué, un profesional con tantas calificaciones como Giusti, pudo haber impulsado una política petrolera tan equivocada.
El misterio me lo aclaró el mismo Giusti cuando, explicando su parábola, nos dice “El petróleo crudo en los terminales y los derivados en los muelles de nuestra refinerías, son como la leche a puerta de corral.” Por supuesto, quien parta de una premisa tan falsa como la de que el petróleo y leche son lo mismo, necesariamente tiene que llegar a conclusiones equivocadas.
La leche es un producto renovable, que puede ser producido en muchos lugares, y una integración aguas arriba, puede ayudar a maximizar las ganancias o por lo menos asegurar, que un solo eslabón no se quede con todas. Por cierto, a Giusti por algo se le olvidó aquello de crear valor económico adicional y no mencionó la interesante posibilidad de hacer quesos.
El petróleo, por el contrario, es un activo no renovable y su viabilidad económica sencillamente se fundamenta en tenerlo y poder extraerlo a un costo razonable. Si Venezuela tuviese petróleo ilimitado, cuyo costo de extracción y transporte fuese más barato que el de la competencia, tendríamos en un mundo de libre comercio, sin una sola gasolinera, el 100% del mercado. Si nuestros costos petroleros fueren más altos, tendríamos el 0%, aún con todas las gasolineras del mundo.
Claro está, hay productos de muy bajo valor, tal como el agua, que a cuenta de puro mercadeo, se puede vender a precios muy altos – hasta mayores que los de la gasolina – pero no creo que Giusti se refiera a esta posibilidad, por cuanto dudo que las estaciones de Citgo puedan vender su gasolina a un precio más alto que Esso, Texaco y BP.
El petróleo constituye para Venezuela una inmensa fuente de riqueza estratégica, que debe ser administrada con genuino criterio de escasez y un sagrado sentido de responsabilidad histórica. Jamás debe ser sólo una simple materia prima, que se explota intensivamente a cualquier precio que exceda su costo de extracción o, como entendería Petra, mientras el cuerpo aguante.
Uno de los aspectos más importantes que Giusti dejó fuera de su análisis es la interferencia de las naciones en el mercado. Como el entiende de leche, basta recordarle que, por muy integrado que estuviesen los productores de leche en Europa, hoy estarían quebrados si no fuera por el acceso a los subsidios de la Comunidad. Aún cuando en dirección opuesta, pechan y no subsidian, también los Estados interfieren en el la gasolina. Hoy, en muchas partes del mundo, de cada 100 unidades que el consumidor paga por ella, 80 son retenidas por el fisco del país y sólo 20 quedan para el productor y el distribuidor.
Lo anterior, evidencia que para maximizar el valor del petróleo necesitamos de armas geopolíticas, tipo OPEP. Por cuanto el acceso a tales armas, depende de nuestras posibilidades para, de manera autónoma, decidir sobre la oportunidad y los volúmenes de producción, soy un convencido de que el petróleo, en su actividad primaria, debe ser 100% propiedad del Estado.
Lo del petróleo siendo 100% del Estado, no invalida propuestas dirigidas a permitir que una parte de las rentas petroleras pasen directamente al bolsillo privado del ciudadano venezolano, para de esta manera evitar algunas desventajas de la excesiva centralización de ingresos. Por supuesto, esto nunca puede ser vía alternativas hedonísticas, como el crear derechos a dividendos petroleros negociables, lo cual sólo significaría que una generación disfrute por adelantado de ingresos a costa de las futuras generaciones de venezolanos.
De igual manera, estoy seguro o, como dirían en lenguaje jurídico, más allá de cualquier duda razonable, de que una vez que el petróleo haya sido explorado, extraído y refinado, de ahí en adelante, cualquier cosa adicional que el Estado trate de hacer directamente con él, sólo servirá para perder parte de la riqueza petrolera obtenida. El intentarlo, por vanidad, le resta valiosos recursos, que de otra manera pudiesen ser invertidos en sus propias funciones, tales como salud, educación, seguridad y hasta la defensa de sus propios intereses petroleros.
Comprenderán entonces la frustración que, como venezolano y padre de tres venezolanas sentía cuando, durante la apertura petrolera, observaba como PDVSA, a cuenta de una falta de recursos, abría espacio a las inversiones privadas en el ámbito de la explotación petrolera, sólo para luego disponer de recursos en inversiones tan carentes de sentido como construir gasolineras.
No lograba entender cómo alguien podía visualizar el riesgo de que Kuwait le quitase a PDVSA participación de mercado en Chacao. Hoy lo entiendo mejor, Giusti se creía presidente, no de PDVSA, sino de Pasteurizadora de Venezuela S.A. y, como González, buscaba estaciones de servicio por cuanto éstas, aún las de Citgo, quizás ganan más vendiendo leche y chucherías que gasolina. ¡Qué mala leche la nuestra!