Hace unos días la Comisión Nacional de Valores (CNV) dio una declaración, donde confesó que su Caja de Ahorros había sido defraudada por una sociedad de corretaje, perdiendo Bs. 92 millones, lo cual ha causado que la actual Presidenta de la CNV se declare apesadumbrada.
Igualmente, leímos hace días sobre la nave espacial Mars Climate Orbiter que, a un costo de US$ 125 millones y controlada por la NASA, sufrió pérdida total a causa de una confusión entre los científicos, al aplicar uno de los equipos medidas del sistema métrico y el otro medidas inglesas. Ni más ni menos.
Si lo ocurrido a la NASA le sirve de consuelo a nuestra CNV, o lo de la CNV a los de la NASA, que lo disfruten, pero no es mi intención el ofrecer un hombro para las lágrimas de la burocracia, por eficiente que ésta sea, sino sólo la de recordarles acerca de la necesaria humildad que todos los humanos debemos tener, a la hora de estimar nuestro poder para controlar nuestro alrededor.
Lo traigo al caso por cuanto en el mismo momento en que la CNV declaró sobre sus pérdidas (desconozco si existe una relación de causa y efecto), anunció que, para combatir los recientes fraudes, ha establecido nuevas y mayores exigencias de capital a las casas de bolsa y sociedades de corretaje. En términos del actual lenguaje político, esta solución de echar dinero sobre el problema, se encuentra enmarcada dentro de una pura tradición Punto-Fijista.
Creo que el ejercicio correcto de actividades de naturaleza fiduciaria, tan sensible como la de intermediación de valores y administración de carteras, no tiene nada que ver con capitales y todo que ver con la ética de las personas involucradas. En tal sentido, objeto fuertemente a la CNV cuando dice que "los débiles tendrán que fusionarse para permanecer. Vamos a sacar a las manzanas podridas para que se renueva la confianza". Estableciendo esta declaración una falsa y peligrosa relación entre manzanas débiles y podridas.
De hecho, el corredor financieramente más débil del sistema puede brindar los servicios más honestos y correctos, mientras que la empresa de corretaje con mayor fortaleza financiera y que presumimos sea la que realice más operaciones, simplemente, por su tamaño, puede causar la caída de todo el sistema. A mí siempre me ha extrañado como en Venezuela y en el resto del mundo, los órganos de supervisión, al mismo tiempo que pregonan las virtudes de la diversificación, actúan de forma tal que día a día quedan menos actores.
La CNV no debería buscar satisfacer la necesidad de ética con capitales. Tampoco debería permitir que los fraudes se oculten tras empresas anónimas y que no se persiga a los responsables. En esta última tarea debe recordar que la sanción social es el elemento de control más importante que existe.
De existir una relación entre la debilidad y una manzana podrida, es justamente en el sector oficial, cuando organismos supervisores, como la CNV, se quejan por un lado de la falta de recursos necesarios para hacer un buen trabajo, a la vez que transmiten, sin la menor pena, mensajes para dar a entender que están cumpliendo con sus funciones.
De ser Presidente de la CNV en Venezuela, jamás permitiría publicar la leyenda, "Emisión autorizada por la Comisión Nacional de Valores" lo cual sólo transmite un falso sentido de seguridad al mercado. Por el contrario, exigiría publicar algo en el sentido de "Alerta, las inversiones en el mercado de valores, por buenas que parezcan, siempre representan riesgos, los cuales son imposibles de controlar por una CNV, tenga o no tenga los recursos."
De ser Presidente de la CNV le expresaría además a mis colegas de Gobierno, que dentro de las circunstancias actuales del país, la gestión de la CNV francamente carece de sentido, dado que la poca influencia que pudiera, si acaso, tener para lograr una reactivación económica, tiene un costo directo que resulta, con toda seguridad, altísimo al compararse con el bajo volumen que hoy se transa.
Si por cualquier consideración política o de otra índole, se requiere conservar la estructura supervisora de la CNV, creo que más sentido tendría el usarla para supervisar lo que, por su movimiento, sin duda debe ser el verdadero mercado de capitales en la Venezuela de hoy, las loterías.
Esta semana, en Newsweek, se publicó un artículo relativo a la sorpresiva caída, de casi 20%, que en un día tuvo una de las acciones más negociadas del mundo, la de IBM. Dicha caída se atribuye a factores normales que, en la opinión del articulista, no debería haber sorprendido a ningún analista que se respete.
El propósito del mencionado artículo fue "Enseñar a no tomar la capacidad investigativa de Wall Street muy en serio y de recordarse de reír la próxima vez que alguien les diga que el mercado de acciones es un sitio racional, donde los grandes inversionistas saben lo que hacen". Recomiendo también reírse, la próxima vez que un ente supervisor salga a presumir que puede hacer su trabajo.
Finalmente, deseo comentar sobre otro riesgo de la regulación. Al leer noticias sobre accidentes en plantas nucleares de Japón y el riesgo de una proliferación de armas nucleares, no hay duda que renacen los temores de un Big Bang tradicional, es decir, uno nuclearmente inducido. No obstante, el Big Bang que yo más temo, es el que puede ocurrir el día en que aquellos genios reguladores de la banca en Basilea, jugando a dioses, logren introducir un error sistemático en el sistema, que cause la quiebra del “UBM” (Unico Banco Mundial) o dinosaurio financiero sobreviviente para ese momento.
Hoy en día, todas las fuerzas del mercado favorecen a las entidades mientras mayores sean éstas, bien sean bancos, bufetes, empresas de auditores, sociedades de corretaje, etc. Quizás una de las cosas que podrían hacer las autoridades, para asegurar la diversificación de riesgos, es imponer unos impuestos por tamaño.