agosto 28, 2003

A rascarnos las espaldas

¿Recuerdan el día de parada? Ese método de aliviar el tráfico, que prohibía la circulación del vehículo durante un día de la semana de acuerdo al número de la placa. Pues nunca me gustó, por cuanto si resulta exitoso, pero el tráfico sigue creciendo, la lógica nos conduce a una calle ciega donde el siguiente paso, cual quinta hojilla de afeitadora, es la de dos días de parada… hasta los siete… donde se tranca todo.
Hay algo de lo anterior en la teoría de que con la globalización se logrará optimizar la economía mundial de bienes, al asegurar que la producción siempre se efectúe a los menores costos marginales. Pero, ¿De qué nos sirve que el costo en un producto atribuible a la mano de obra sea compensado cada día menos, si esos mismos trabajadores no tienen capacidad de comprar el bien que producen? Al final del túnel se observa un mundo de asalariados desesperados, dispuestos a trabajar por lo que sea, pero que jamás tendrán con qué adquirir una razonable porción del fruto de su trabajo… y eso también suena a juego trancado.
El problema no existiría si hubiesen más empleos que trabajadores, pero lamentablemente no es así, como lo atestiguan los millones de profesionales que compiten por puestos como taxistas en las capitales del mundo. Ni siquiera los Estados Unidos han logrado salir ilesos del coletazo de la globalización. Efectivamente, vemos como por primera vez, el crecimiento económico que allí se ha registrado durante los últimos meses ha estado acompañado por un aumento en el desempleo. También encontramos que durante los últimos tres años los Estados Unidos han “exportado” 2.5 millones de empleos a países con salarios bajos, como China. 
No sé cuál será la solución, ¿cómo logramos tener ganancias, aumentar empleos, incrementar sueldos, acabar con la miseria y que todos seamos felices? En ocasiones hasta he jugado con la idea de una macro reforma fiscal global destinada a generar empleos. Sus principios se resumirían en que quien más servicios requiera, más empleo genera y menos impuestos paga. Así, la pizza congelada comida en casa, pagaría un IVA doble; la pizza pedida por teléfono, un IVA sencillo, mientras que la pizza ingerida en un restaurante, estaría no sólo libre de IVA, sino además representaría un gasto deducible del impuesto para cualquier ciudadano. 
Amigos, démonos trabajo el uno al otro…así sea rascándonos la espalda… pero eso sí, bien pagado.




agosto 14, 2003

Las remesas familiares

En recientes publicaciones del Banco Mundial y de otros entes multilaterales, se ha destacado la gran importancia que tienen las remesas familiares para muchos países en desarrollo, como las de El Salvador, por ejemplo, que alcanzaron 1.900 millones de dólares en el 2001. Este fenómeno trae de cabeza a muchos banqueros, quienes buscan ver como atraer parte del negocio financiero que tales flujos representan, desde servicios de transferencia a menores costos hasta la emisión de bonos respaldados por las expectativas de futuras remesas.
Igualmente se estudia el significado para un país pobre de poder enviar a cientos de miles de trabajadores a los países desarrollados, con visas temporales, donde acceden a mayores remuneraciones, lo que incluso pudiera tener un mayor potencial económico que toda la apertura agrícola que tanto se les ha prometido.
Después de permitir que sus mercados sean capturados por suplidores externos, después de permitir el libre flujo de capitales, después de obligarse a respetar fuentes de rentas ajenas, como la propiedad intelectual y patentes y finalmente después de que muchos de los profesionales en quienes han invertido educación han sido capturados por mayores sueldos, parecería que los países pobres tienen razón en solicitar para su mano de obra no calificada un mayor acceso a los mercados globalizados.
No obstante, en las discusiones técnicas, tampoco debemos olvidar el aspecto humano de las migraciones, con los inmensos sacrificios incurridos y la generosidad con que comparten los ingresos con los familiares que dejan atrás. Hace ya más de 150 años que grandes grupos de europeos tuvieron que emigrar, entre otro por las hambrunas de sus países. Se iban sabiendo que no volverían a ver a sus padres, hermanos y a todo lo que hasta entonces conocían y querían. Los emigrantes de hoy, en general, tienen mayores posibilidades de regresar a sus hogares, pero no por ello sus vicisitudes son necesariamente menores y con frecuencia son rechazados y marginados.
En tal sentido, sólo resta quedarse mudo de admiración al observar los importantes montos que los emigrantes de El Salvador y de otros países pobres envían hoy en día a sus casas. No son más que un ejemplo fehaciente de que todavía en nuestros países subsisten los principios de solidaridad y tradición familiar. Puede que sean pobres en recursos, pero gracias a Dios esos países son ricos en valores.
El Universal
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