abril 21, 2001

HUGO, YO Y LA REVOLUCION

Cuando veo nuestros cementerios industriales, donde por una apertura comercial muy mal implementada y una estúpida política cambiaria yacen las ilusiones de tantos venezolanos, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo a Estados Unidos aplicar un 60% de arancel a la importación del concentrado de naranja y sólo permitir importar la mejor calidad, mientras que Venezuela solo aplica un 20% y permite la entrada de cualquier porquería, condenando nuestros naranjales a morir, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando observo la muy injusta distribución de ingresos en mi país, la ineficiencia del gasto fiscal y noto cómo los esfuerzos por cobrar un impuesto sobre la renta, se abandonan por el facilismo del IVA y otros impuestos directos, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando reflexionamos sobre las décadas de silencio ante un pésimo sistema de educación y la obscena y violenta programación con la cual nuestras televisoras adoctrinan a nuestra juventud, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Cuando veo mi Venezuela sumergida en la anarquía, sin una autoridad capaz de controlar a ese pequeño porcentaje de abusadores, que en todas partes existen, sé que Hugo y yo queremos una revolución.
Pero, cuando Hugo dice que su revolución es hija de la revolución china o de la cubana, también sé que Hugo y yo no hablamos de la misma revolución.
Mi revolución sólo persigue la humilde meta de lograr un buen gobierno venezolano para los venezolanos y que, si en el trayecto alguna vez nos equivocamos, que por lo menos sea a favor de Venezuela. Mi revolución recibe contenta al inversionista extranjero, pero sólo es feliz cuando logra conservar el inversionista venezolano. En mi revolución, excepto por el fortalecimiento de la OPEP (incluyendo el gas e incorporando nuevos miembros), un Gran-Colombianismo pragmático y una racional solidaridad ambiental, no hay recursos ni tiempo para otras consideraciones geopolíticas.
Si bien considero que venderle a Cuba unos 53 mil barriles de petróleo en condiciones demasiado generosas es un pecado menor, comparado con la aún no tan lejana propuesta de venderle 5 millones de barriles al mundo a un precio de solo 7 dólares; el hecho es que mientras algún venezolano se muera de hambre, no reciba una buena educación o un servicio de salud digno, mi revolución no contempla regalarle nadita a nadie – salvo, una cristiana solidaridad en emergencias.
Hugo tiene una asombrosa facilidad para comunicarle, de manera pedagógica, mensajes venezolanos a la Nación y en tal sentido, para quienes sabemos que el futuro requiere construir puentes de entendimiento, representa para el país un activo muy valioso. Por esto, a quien tenga acceso a Hugo, por favor ruéguele, que se deje de ese invento y no desperdicie su talento, hablándole al Soberano, en chino con acento cubano.

abril 16, 2001

Nos perdimos... ¿y ahora qué?

Nos perdimos... ¿y ahora qué?

No hace muchos años, Venezuela se encontró frente a una histórica encrucijada.
En un extremo, se perfilaba la posibilidad de sumergirnos de lleno en el océano de la globalización, buscando maximizar supuestos beneficios, pero diluyendo nuestra bastante frágil identidad como Nación, quizás hasta desaparecer. Por el otro, la alternativa de ni mojar el pie y de aislarnos del mundo, cual ermitaños, con la ambición de resguardar lo supuestamente nuestro. 
Lo lógico hubiera sido construir unas bien pensadas naves, que nos hubiesen permitido navegar por el océano global, por lo menos con la ilusión de fortalecer nuestra Nación.
Pero...¿Qué hicimos? Inventamos y nos lanzamos buscando un atajo, confiándonos en unos baquianos extremistas, que alimentados por su fanatismo, su ignorancia o su vulgar avaricia, nos gritaban “Por aquí es ... por mi madre que por aquí es”. 
Como resultado, hoy tenemos un país que se despedaza, lenta y dolorosamente, a pellizco limpio, sin nada que mostrar a cambio. En otras palabras...¡nos perdimos!.
Ahora...¿Qué hacemos? Una alternativa, que aún cuando muy triste sería mejor que lo actual, es capitular, después de negociar unos términos de rendición. Como mínimo, cada venezolano debería recibir la ciudadanía de un país de su agrado y un importante cheque en dólares. 
La otra vía es rectificar, buscando ser un país sostenible, pero esto requiere crear aquel tejido de sueños que, generación tras generación, inspira aquellos millones de pequeños sacrificios individuales, sin los cuales ni existe, ni se puede construir un país.
¿Y cómo se tejen esos sueños? Alí Primera despotricó contra quienes, en lugar de hacerle caricias a la Patria, la manoseaban. El manoseo puede tener dos causas, la primera, la peor, es cuando refleja bajos instintos y la segunda, la ineptitud, triste compañera frecuente de la buena intención. En otras palabras, La Rectificadora, necesitará tanto del corazón como del cerebro y la funcionalidad de ambos órganos, dependerá de la educación. 
Finalizo con una pequeña idea, sólo para hacer volar la imaginación. Comenzando por una sola cuadra del centro de Caracas, implementemos un plan de Cero Tolerancia Ampliado, es decir, que no se permita el abuso del individuo ni la desidia del gobierno. Conquistada esta cuadra, vamos a la siguiente - y quién sabe, si así, algún día tendremos la Venezuela que queremos.